De palabras Fernando Castaños
8 de noviembre de 2011
“Significar implica poder elegir.” (John Lyons)
Cuando inició la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de Francia, en 1981, el socialista François Mitterrand respondió así a una pregunta de un periodista: “Siempre estuve con el general de Gaulle; nunca fui gaullista.” De esa manera, abrió uno de los principales frentes de la contienda, en el que disputó el significado de la palabra “gaullista” al partido de derecha que la ostentaba en su nombre, y que había postulado a uno de los principales candidatos, Jacques Chirac.
Esa primera batalla fue breve y exitosa para Mitterand. Con un solo enunciado, logró distinguir con toda claridad las siguientes dos premisas:
(1) Todos los gaullistas están con de Gaulle.
(2) Todos los que están con de Gaulle son gaullistas.
Al mismo tiempo, Mitterrand demostró que (2) era falsa. No sólo hizo esas dos cosas, sino que además planteó, entre líneas, que estar con de Gaulle y ser gaullista no eran cuestiones muy importantes para decidir por quién votar ese año.
Mitterrand sabía que el adjetivo “gaullista” podía funcionar y era utilizado muchas veces como un sustantivo. En el ámbito de la opinión pública era al menos tan común decir “es un gaullista” como decir “es gaullista”. Esto le daba al rasgo o, mejor dicho, al conjunto de atributos asociados con el adjetivo el carácter de claves de clasificación y, por ende, de predicción. Ser gaullista era pertenecer a una clase de votantes posibles, que tenía ciertas actitudes y se comportaba de cierta manera.
Como el uso de cualquier sustantivo, la utilización de “gaullista” conllevaba la activación —la movilización, dirían hoy algunos analistas franceses del discurso— de los atributos clasificatorios, así como de los comportamientos asociados con la palabra. Éste fue el terreno en el que decidió actuar Mitterrand: el de lo implícito. Empleó en yuxtaposición los adverbios temporales “siempre” y “nunca” porque implican, uno, el cuantificador “todos” y, el otro, la negación de ese cuantificador.
Lo que buscaba Mitterrand era impedir que las frases “estar con de Gaulle” y “ser gaullista” pudieran ser tratadas como paráfrasis una de la otra. Lo logró al oponer la evidencia testimonial, en tiempo pasado y en primera persona, a la generalización (2), en tercera persona genérica y en presente atemporal.
Como intervención discursiva, la respuesta del candidato Mitterrand, en su forma de constatación sintética, era análoga al resumen de observaciones de madame Curie sobre la radiación, que hizo cambiar el significado de la palabra “átomo” (pues ya no podía ser “partícula indivisible”); pero él no esperaba que el efecto fuera igual de categórico. Su interés principal no era que los gaullistas duros dejaran de pensar acerca de sí como lo hacían.
Lo que quería el contendiente socialista era que, para los gaullistas medio desencantados y, sobre todo, para los votantes indecisos, el fervor patrio no los identificara con los gaullistas duros y los motivara a votar como ellos. Eventualmente lo consiguió, gracias al avance sorpresivo de sus puntos de vista en la primera batalla. En la primera vuelta de votaciones, Chirac quedó relegado al tercer lugar.
Francois Mitterrand mantuvo otras dos disputas discursivas que también ganó. En una logró contrarrestar las percepciones negativas acerca de la izquierda que había entre la mayor parte de los indecisos, y que muchos socialistas alimentaban. Ellos pensaban que las divisiones dentro del partido socialista minarían su capacidad de trabajo proselitista. Además, tenían dudas sobre la capacidad real de gobierno de un futuro equipo socialista, que los estrategas del principal candidato a vencer, el presidente de centro Valéry Giscard d’Estaing, buscaban reforzar.
Mitterrand narró y narró procesos en los que distintos grupos habían unido esfuerzos para combatir antagonistas comunes, y habían evitado que sus diferencias ideológicas los dominaran, en las décadas posteriores a la guerra, como durante la resistencia a los nazis. También explicó hechos de ambos periodos en los que él había tenido un papel de agente clave. Finalmente, encabezó una corriente de izquierda amplia y confiada en su potencial.
En el otro frente, François Mitterrand identificó su agenda temática con la de los franceses. Actuó de dos maneras para alcanzar la convergencia. Fue detectando las preocupaciones difusas de la población y encontrando formas definidas de nombrarlas. Al mismo tiempo, hizo que se hablara más de los temas que él jerarquizaba y menos de los que promovía Giscard. En la segunda vuelta, Mitterrand fue visto, no sólo como el abanderado de la izquierda, sino como el mejor representante de la mayoría.
La campaña de Mitterrand puede ser utilizada como modelo de libro de texto en materia de estrategia electoral. Deconstruyó y reconstruyó la identidad de sus adversarios; construyó la suya propia; asoció la agenda política nacional con su postura. Lo hizo ofreciendo testimonios, narrando, explicando, nombrando. Sus palabras quedan, entonces, también como un corpus valioso para los estudiosos del discurso.
François Mitterrand actuó con las palabras de formas cuya explicación requiere, entre otras, la idea de que quien habla manifiesta una actitud con respecto a las denotaciones clasificatorias y las connotaciones valorativas de las palabras que emplea; es decir, que suscribe o cuestiona las denotaciones y las connotaciones. Esto es así, puede ser así, porque, como dice Henry Widdowson, el discurso es comportamiento enmarcado en, pero no gobernado por, las reglas de la lengua. De hecho son las tomas de postura, el trabajo discursivo, lo que va moldeando la lengua. Ideas como éstas, que han producido un giro lingüístico en las humanidades y las ciencias sociales, son la materia de esta columna. Mis propósitos son exponerlas y ofrecer análisis de fragmentos de diferentes tipos de discursos, principalmente literarios, políticos y mediáticos